lunes, 30 de agosto de 2010

La búsqueda no termina

Volví de mi tierra con la esperanza de escribir largo y tendido sobre las épicas vacaciones que he tenido; con nostalgia pero con fuerzas suficientes para seguir volviendo cuando pueda. Así que para no dar protagonismo a otras cuestiones (desagradables, por cierto) que han sucedido después, voy a relatar mi estancia en mi pequeña isla.
Me gustó mucho comprobar que puedo aliarme con mi cuñada para planear asuntos secretos, como mi visita. Mi madre no me esperaba, así que cuando abrió la puerta me abrazó tan fuerte que creí que iba a romperme. Allí estaban mi abuela y mi hermano, medio dormidos todavía porque en el archipiélago de las enormes compuertas el reloj marca una hora menos (me encanta que las carreras universitarias sirvan para aprender tantas cosas) y tras las preguntas de rigor, deshice el equipaje y me puse el bikini. Los amigos de mi hermano le prepararon una fiesta en una casa preciosa con piscina incluida, así que pasé mi primer día en Gran Canaria metida en el agua y bebiendo mojitos dentro de medio melón. Qué goce.
Los días siguientes transcurrieron llenos de conversaciones para ponerme al día, idas y venidas a la playa, reencuentros, desencuentros, noches de alcoholemia barata pero divertida y descubrimientos de sitios varios. Observé la posibilidad de no renunciar a ciertas viejas costumbres, porque llevan más tiempo en mi vida que otras y no me hacen ningún tipo de daño sino todo lo contrario. Intenté retomar relaciones con mi padre; de nuevo, imposible. Volví a comerme un cono de papas con las tres salsas, caminando por Las Canteras del brazo de George. Hice fotos y vídeos del 81 cumpleaños de mi abuela. Me acosté sobre el regazo de mi madre para que me tocase los rizos. Respiré profundo en la orilla del Atlántico y quise llevarme ese aire de casa metido en los pulmones, por si acaso.
Tras comprobar que estaban todos los que había dejado en mi viaje anterior, puse rumbo de nuevo hacia tierras malacitanas.
Allí, en el aeropuerto me esperó ella. La reconocí enseguida. Estaba más morena que yo pero eso no era excusa para olvidar sus rasgos y gestos. Nos abrazamos recatadamente y nos fuimos. Pasamos los primeros días del reencuentro retozando como puerquitas y con mucho pavo, pero era normal y necesario. Cuando me quise dar cuenta estábamos rumbo a Cádiz. Barbate, Zahara de los Atunes y Véjer de la Frontera, ésa era la ruta.
Las playas de allí no son de mentira, no te metes en la arena y temes pillar algún tipo de infección, no mancha, no sales como llena de mierda. La arena es amarilla, bueno... casi blanca y muy fina y hasta la tonalidad del agua es diferente. Claro, también es el Atlántico. Jane y yo nos lo pasamos muy bien dejándonos revolcar por la furia del océano, aunque en ocasiones reconozco que la vigilé por si las moscas. Por la noche estábamos destrozadas, pero aún así nos dábamos un paseo antes de irnos a la cama. He de decir que el hotel me gustó, que había muchos mosquitos pero por lo demás fue bien. La entrada fue triunfal ya que la encargada veía como un error que tuviésemos una cama de matrimonio, pero puse mi mejor sonrisa y le comuniqué que no había problemas; entonces ella entendió que no nos parecía mal dormir juntas. Un Lambrusco de bienvenida y dejamos el equipaje sin deshacer para echarnos a la calle rápidamente.
Zahara de los Atunes es la nueva mini-Ibiza. Está masificada de madrileños de bien y pseudo hippies que emulan a La Mari de Chambao pero que en realidad no llevan papeles mojaos, sino billetes frescos. No hay comida para vegetarianos, allí todo es pescaíto de la Bahía, eso sí, con muy buena pinta pese a estar muertos. Por la noche los chiringuitos se llenan de grupos de flamenquito de medio pelo que cantan mientras los mismos madrileños consumen sentados, pagando unos precios desorbitados, con la boca abierta porque todo lo que habían oído antes era un poco de Camarón en las bodas. Pero hay buen ambiente. Los mercadillos de pulseras, (atención a la nueva moda de PULSERA SARA CARBONERO) bolsos, tatuajes temporales y demás artículos que venden los perroflautas, hacen amenas las caminatas nocturnas, de día es imposible caminar vestida. Jane, entre paseo y paseo me descubrió, muy convencida, que un gay puede tener un marido mariquita. Yo adoro sus reflexiones.
Barbate es como... no sabría cómo definirlo. Es para pasar por allí, simplemente. No ví tampoco nada por lo que recomendarlo y los canis que formaban parte del paisaje no me ayudan a tener un recuerdo bonito, sino, de paso con el coche. Repito; no me gustó pero tampoco me esforcé.
Entonces llegó Véjer de la Frontera, que es como Frigiliana pero gaditano. El casco antiguo mantiene el encanto de lo cercano, con las calles llenas de adoquines y terracitas y ese aire de tranquilidad y bienestar propio de un pueblo típicamente mediterráneo. Las tascas se llenan de gente; son pequeñas, pero no agobian. Los precios son esos que se tienen en un sitio antes de que llegue el boom turístico, es decir, regalao. Se come bien, se come en paz y se come barato. Es precioso y muy limpio. Descubrí una leyenda que decía que un árabe se enamoró de una mujer vejeriega y que cuando éste la hizo su esposa, construyó Chaouen parecido a Véjer para que ella no añorase su pueblo. Se notan destellos moriscos en toda la arquitectura y de noche las luces realzan su hermosura. Sí, he venido enamorada de un sitio en el que los rótulos son de madera y la mercería es la de toda la vida, porque sólo hay una.
De vuelta a la realidad tras fotos, mojitos, desayunos bestiales en el buffete del hotel, paradas en las dunas de Punta Paloma, emisoras de radio marroquíes y discos de Najwa, noches de sexo con aire acondicionado, cañitas, verdades nuevas, mentiras olvidadas...queda un agridulce recuerdo de las últimas vacaciones de mi anterior vida. Después de un descanso, todos somos otros y como no hay mejor canción, no hay mejor comienzo.


(Ayer, en la guagua, iba un chico con un bolso en el que ponía LA BÚSQUEDA NO TERMINA)