miércoles, 18 de agosto de 2010

Las Canteras y yo

Hacía mucho tiempo que no me metía en el agua con mi madre, no recuerdo cuándo fue la última vez que fui con ella a la playa y tomábamos el sol. Mamá es de secano, como mi abuela, es más feliz en el campo en época de frío (el frío canario es muy parecido a la temperatura primaveral en la península) que tirada como un lagarto aprovechando hasta el último rayo para tostarse.
En esa misma playa pasé horas y horas de días y meses de veranos enteros, allí me enamoré y desenamoré y, más tarde, descubrí que mientras mis amiguitas sollozaban por los surferillos de turno, tan distantes, tan inalcanzables, tan rubios, yo perdía la vista en las muchachas que hacían topless. A mí no me gustaban, pero elegí uno al azar para no levantar sospechas. Estaban de moda Viceversa y Ace of Base y sonaban todo el rato en los campeonatos de voley-playa a los que me aficioné enseguida. Pasaban el hombre del pan de huevo, el de los barquillos (que debe tener un pacto con el diablo porque sigue siendo el mismo) el de las cervezas y refrescos y la loca de los balones. El bacalao de la ruta estaba dando sus últimos coletazos para dejar paso al Eurodance (que hemos recuperado en parte gracias a Lady Gaga) y yo sólo me preocupaba de recordar todos los títulos de las canciones, merendar en el "Perrito caliente" con las 500 pesetas que me asignaban los sábados y cuchichear sobre las niñas de otros barrios.
Así que Las Canteras ha sido mi lugar de recreo durante años, ha sido un lugar donde yo era feliz y hoy la playa me ha recordado que, a pesar de todo, lo sigo siendo.








*Me falta Jane para explotar de felicidad.