Ayer decidí que me encanta IKEA. No puedo evitarlo, me sobrepasa. Sé que estoy adquiriendo el "defecto" andaluz de la exageración, pero es que entro en ese gran almacén de cosas que puedes montar tú misma en casa (si no eres demasiado torpe, como es mi caso) y siento que quiero tener una familia a la que acomodar en alguno de los espacios que decoran, minuciosamente, para que respires confort y calor hogareño. Se encargan de que quieras sentarte allí, aunque sólo sea por catar el sofá y descansar un poco las piernas después de tanto zigzagueo entre secciones.
Yo todavía no tengo una familia, ni una pareja estable con la que sentarme a anotar las referencias de los productos con esos lápices diminutos. Tampoco tengo un sitio que decorar, aunque yo entienda por "decorar" comprar unas alfombras o unos cojines, o cualquier utensilio de cocina que en realidad luego no sirva para nada. Por eso IKEA también me entristece a veces, aunque tenga tantos colores y unas tartas tan deliciosas. Quizá resulte algo ridículo extrañar algo que nunca se ha tenido, pero yo soy así, un poco ridícula y consumista.
También me hacía falta escribir sobre otras cosas que no fuesen mi estado de ánimo durante este (ASQUEROSO) último mes. He descubierto que no hace falta tener tanto en común con las personas que voy conociendo; que no necesito hablar con ellas de todas mis inquietudes o exponer los temas que me interesan, porque también puedo escuchar y aprender otras cosas y que esto viene a aprobar mi desarrollada teoría de que una persona no puede reunirlo todo y por eso, necesitamos grupos, manadas, una persona para cada cosa. Yo ya no quiero ser un ente individualizado, que se oye a sí mismo y sólo cohabita con otros que le son parecidos o familiares. Quiero hacer nuevos amigos y seguir creciendo y si no tengo nada en común con lo que se me presenta, es porque algo debo aprender de ello. Sí, hoy es domingo, hoy es día zen, o del señor, como se prefiera.
Por otro lado, parece que sale un poquito el sol aunque ahora le toque alejarse.