Soy ese tipo de persona a la que no le cambiará la vida a menos que le toque la lotería. Siempre voy a tener que trabajar bajo la mirada atenta de un explotador sexualmente frustrado, además de enano, por no estudiar. No es que me arrepienta, porque he vivido y aprendido otras cosas, pero parece que cuando alguien tiene un cargo importante puede estar tranquilo porque posee una estabilidad inquebrantable; ni la enfermedad ni la muerte, volverán a tocarte. No es cuestión de ponerse a pensar en la felicidad, porque tener un trabajo mejor no te hace más feliz, no necesariamente, pero sí te quita muchos quebraderos de cabeza. Sé que esto es como una pirámide en la que los de arriba necesitan de los de abajo y que ésa es una relación completamente recíproca, pero también es verdad que los que estamos abajo soportamos más peso. No había pensado en ello hasta ahora...
También soy ese tipo de persona que necesita que la rutina no haga disminuir, ni cambiar, ni influir en la pareja. Estoy en esa época en la que reclamo un poco más de contacto, vale... lo reclamo siempre, soy así de empalagosa una vez me desarmo, lo reconozco. Esa pose de dura, borde, indiferente, despistada, es sólo para alejarme y abstraerme y para que no me hagan pupita. Quizá ese sea el problema, que cuando me desarmo lo pierdo todo y, una vez desnuda, ya no tengo con qué defenderme. Ya me lo dijeron una vez y tenían razón.
Hoy he paseado junto al mar y la brisa me ha traído algunos recuerdos que actuaban como flashes violentos, mostrándome momentos clave que me han dado que pensar o, por lo menos, idear una historia a raíz de esas vivencias.
Hoy, tengo banda sonora.