jueves, 7 de octubre de 2010

No se puede vivir con tanto veneno

Me he levantado temprano para creerme un poco más productiva en esta sociedad que tanto me gusta últimamente. He entregado unos currículums y he ido a la oficina de correos a recoger un paquete que me llegaba hoy desde Las Palmas. Tras coger número y comprobar las increíbles ganas de trabajar que tienen los empleados, me salgo fuera porque dentro alguien se ha olvidado del desodorante esta mañana. Soy pobre, pero siempre huelo bien. Que conste en acta.
Mi turno, me acerco al mostrador y, después de las comprobaciones pertinentes, el señor con muchas ganas de trabajar que me atiende encuentra mi nombre entre el resto de sobres que hay depositados en un carrito. ¡Yupi! Intento aguantarme las ganas de abrirlo antes de llegar a casa pero no puedo, así que voy como una loca rompiendo el sobre mientras camino y, de repente, paro en seco... OH. Cuántos recuerdos; hacía años que no percibía estos olores. Las hierbas con las que mi abuela me preparaba la infusión antes del escardón de gofio, el pasote y el llantén. Ahora que estoy lejos, aprecio todas esas cosas que no tomaba en cuenta cuando convivía con ellas y, sobre todo, los olores son primordiales para evocar una época y llevarme al pasado a descansar del presente.



Me cuesta comprender cómo entre tanta bisutería, aún siguen quedando diamantes.

Empiezo desde 1, lo prometo.