martes, 3 de abril de 2012

Dark Paradise

Al fin me he sentado a escribir aunque reconozco que todavía no es el momento; no noto que tenga las letras en la punta de los dedos, deseando ser tecleadas, así que habrá que conformarse con lo que vaya saliendo y darle la bienvenida, porque sale y eso es lo que cuenta.
Estoy sentada en el salón, miro a la izquierda y veo el cuadro con la foto de mi primo Juan y yo cuando éramos pequeños. Está donde siempre ha estado. En frente, mis dos abuelos retratados en los ochenta a carboncillo, a la derecha mi familia en el sofá, en vivo y en directo aunque también podría ser un cuadro, ve la televisión; hay fútbol. Están las ventanas abiertas y corre una brisa muy agradable, propia de esta época en las islas de la eterna primavera.
He vuelto, pero no soy la que se marchó. Los días transcurren sostenidos por una inercia medio simpática medio cínica que acepto sin más, sin recurrir al debate o al auto enfrentamiento. La asumo como un pestañeo, o el acto de respirar. Parece que aún conservo métodos de defensa que soy incapaz de sabotear porque son propiedad de mi cerebro y él se los guisa y él se los come, dejándome a un lado como una autómata convencida y sumisa. No he enterrado los recuerdos; está todo tan reciente que, a veces, con solo pensarlo sangra, pero es como si al mirar atrás fuese incapaz de sentir odio o rencor para avanzar. No necesito esos sentimientos negativos y no hay motivo para reclamarlos porque lo que se hace por amor no esconde nada detrás, nada que no sea aún más amor listo para llevar. Se pudo llevar más, todo hay que decirlo. ;)



Me intento calmar sobre todo por las noches; cuando llega la hora en la que ella solía regresar a casa con las costuras del alma medio desabrochadas, cayéndole por los hombros, y el corazón fuera del pecho, latiendo casi por el compromiso de aguantar otro día más en una guerra que no era ni suya, ni nuestra. Cuando anochece y hasta la vida en las calles se frena, es inevitable y horrible. Se me caen las paredes y se me caen las lágrimas y no conozco enemigo al que desearle esto. Estoy llena de besos que ya no podré darle. Eso es todo, no me clavéis en una cruz.
La lucha contra el desánimo vendrá más tarde, lo sé. Cuando pasen los días y caiga en la cuenta de que no estoy aquí por vacaciones, de que en el billete sólo ponía ida y que es la vuelta al primer campo de batalla del que me libré en su día; cuando esté tantas horas sin verlas, caeré en picado, pero creo que incluso entonces actuaré con la pasividad de la mariposa que sabe que algún día se desprenderá por completo de su crisálida.