viernes, 20 de abril de 2012

A safe place

El lugar más seguro es aquel que construiré yo misma, sin abandonarme a la comodidad de otros lugares que ya han sido construidos por alguien, pero la calma y la paz sólo llegan cuando fuerzo el músculo de la voluntad, de la constancia, aquí donde resido ahora; entre las mismas cuatro paredes, con las mismas voces de fondo e incluso las mismas músicas. Es como un entrenamiento personalizado para cuando vuelva a coger las riendas y dirigir mis 28 caballos. A veces retroceder, es avanzar. Ahora no me importa que me miren de reojo las alumnas aventajadas de una clase de aerobic y hasta sonrío, porque parezco alguien que ha tomado lsd en vez de su medicación contra las convulsiones de la epilepsia. No sabría qué es peor. Poco a poco vuelvo a abrirme ante un mundo que conozco pero que ha cambiado tanto como yo, aunque ambos contengamos en esencia lo mismo. Hay nuevos locales abiertos, hay gente nueva con la que hablar, viejos amigos, ausencias notables, decepciones varias. Mis vecinos de toda la vida me preguntan si he regresado para quedarme, con amabilidad y simpatía, como si se alegrasen también de que ya estuviese en casa, aunque no sea navidad. A ratos es reconfortante estar medio perdida porque no recuerdo cómo llegar a una calle, o quedarme embobada mirando las nuevas estructuras instaladas en la ciudad. A ratos estoy contenta de estar de vuelta de tanto, después de tanto y aunque a veces parezca demasiado pesada ésta es, en general, la vida que abrazo con cierta incredulidad y recelo, sin guardar los escudos y sin borrar los recuerdos, por si acaso, pero con paso firme sobre la tierra que me parió.