jueves, 10 de mayo de 2012

No me encuentro bien; creo que ni siquiera me encuentro. Hoy he cumplido 29 años y se supone que debería ser feliz porque tuve a mi familia y a mis amigos cerca, pero tengo en el pecho una puñalada enorme que me sube hasta la garganta y me duele, aunque no sangra. Es la una de la mañana. Acabo de llegar de la calle con mi hermano; hemos salido con las bicis porque no me aguantaba de ansiedad. El recorrido ha sido largo, pero creo que podría haberme pasado pedaleando toda la noche. Cuando estoy así, es mejor echarme de comer a parte pero hoy tenía que cumplir años. Hacía mucho que no estaba aquí, en casa, el aniversario de mi nacimiento y merecía la pena reunirme con mis seres queridos para la ocasión. Un trozo de tarta, un vaso de refresco y vernos las caras fuera de navidad y carnaval. Me ha gustado, pero ahora he vuelto a mi cuarto y las paredes se me caen encima, como si estuviesen hechas de cera y se derritiesen formando un mar en el que mi cama va a la deriva. Estoy miserablemente vacía de sentimientos. Una vez fueron amor, dolor y rabia, pero ya no tienen nombre. No tengo nada que dar, nada que ofrecer. Me siento en la esquina del cuadrilátero y apenas puedo abrir los ojos; no me sostienen ni las cuerdas porque estoy al borde del k.o. El truco está en controlar la respiración, dicen. Ya, pero ahora mismo me paso el yoga y demás paganismos metafísicos por el forro. Ahora duele y me dan igual las otras voces, tengan o no experiencia. Tengo ganas de correr desnuda sobre el mar y llegar a un abrazo profundo, sin armas y sin rencores, y llorar como nunca nadie ha llorado. Este está siendo un mal viaje y me estoy convirtiendo en alguien que detesto, porque no sabe lo que quiere y cambia de opinión según le da el viento. No sé qué necesito, no sé si necesito algo. Estas crisis son horribles; la sudoración, las taquicardias, el dolor en el pecho, en el cuello, en la cabeza y en el alma. Mañana por la mañana no podré moverme y no me tendré más que a mi misma para levantarme. Ánimo, dicen. Los cojones. 29 años y 500 noches.